Seguramente muchos docentes a cargo de un grupo de niños de edades
comprendidas entre los 6 y 12-14 años se debe haber hecho algunas de las
preguntas planteadas en el título de este trabajo.
Actualmente el fútbol infantil está encaminado hacia la competencia.
Competencia a la que lo llevan dirigentes, padres y técnicos.
Competencia para la cual los niños no están preparados. Esto no quiere
decir que cuando el niño juega, no compite; por el contrario, sí lo
hace, y con el objetivo de ganar, porque para eso juega. Nadie juega
para perder. Pero deben entender los mayores y, por consiguiente,
inculcarle a sus alumnos, hijos o niños a cargo, que son muchas más las
veces que se pierde que las que se gana; de hecho, uno solo es campeón,
el resto se queda en el intento.
A nivel de infantiles, el niño juega, no compite. O, si preferimos, no
le preocupa la competición como forma reglamentaria y mantenida. El
esfuerzo y consiguientemente, el desgaste que de él deriva, motivado
todo ello por la responsabilidad de la competición, son realidades
ajenas al interés del niño.
El niño se acerca al fútbol, por gusto, interés, ganas de divertirse.
Esta predisposición del niño por jugar no lleva implícito otra cosa que
eso: jugar. Sin cargas psicológicas ni tensiones por el resultado del
juego, estas cargas o tensiones sí son requisito indispensable cuando
ese juego se hace deporte. Es aquí donde está la competencia y donde el
joven ya ha alcanzado la madurez psicológica para poder hacer frente a
todo lo que esa competencia implica.
Los niveles de exigencia del entrenamiento y la competencia son
organizaciones de adultos, pensadas y desarrolladas como si los niños
fueran, también, adultos. Con seguridad que los chicos jamás pensarían
en someterse a un programa semanal, mensual o anual de entrenamiento,
con exigencias estrictas de cumplimiento para el logro de un resultado.
No negamos que el resultado forma parte de un momento de alegría por el
triunfo o de tristeza por la derrota. Alegría o tristeza que tendrán
menor o mayor repercusión de acuerdo a las exigencias del adulto.
Todo está diseñado por adultos para conseguir un rédito que va, desde
el interés de los técnico por salir campeón, pasando por el interés
político de los dirigentes de la institución y terminando en el interés
económico de los padres que creen que su hijo podrá solucionar su
situación económica.
Entonces, ¿Qué debemos hacer para modificar ciertas estructuras? ¿A
quienes debemos convencer de cómo trabajar con los niños y por qué?
¿Estamos los profesores de Educación Física seguros de cómo proceder?
¿Cuánto hay de incomprensión y egoísmo de los adultos en estas
prácticas?
Hace ya mucho tiempo que la participación y el juego, como valores
principales, fueron dejados de lado en la mayoría de los clubes de
fútbol infantil. Los jóvenes jugadores son vistos exclusivamente como
una oportunidad para el progreso económico y profesional de técnicos y
dirigentes. La cultura de la victoria en el fútbol infantil está
causando diariamente en nuestra ciudad (y en el mundo) mucho daño, no
solo a los niños, también a los clubes cuya calidad de formación de sus
futuros talentos está condicionada negativamente cuando se busca por
todos los medios la victoria, independientemente si se trata de un
equipo infantil o juvenil.
Son pocos los clubes en los que se mide la calidad de la formación en
él número de jugadores que cada año pueden ser incorporados al equipo de
primera división. En las propuestas alternativas, en vez de jugar para
ganar se disputan partidos para aprender y ganar a largo plazo.
En la edición del diario "El país" de España, del 5 de septiembre del
2000, se difunde un estudio referido al fútbol infantil de finales de
los años 90. Se reveló que de los 20 millones de niños norteamericanos
que participaban en actividades deportivas organizadas, 14 millones la
dejaban antes de haber cumplido los 13 años.
La deserción masiva se debe a que el juego (o el deporte infantil),
concebido inicialmente como un entretenimiento compartido con otros
amigos, se va convirtiendo con el paso de los años en una experiencia
amarga y poco placentera debido a las presiones de los padres,
entrenadores y/o delegados con expectativas de exigencias muy elevadas y
objetivos orientados casi exclusivamente a la obtención de victorias y
al ascenso de los niños y jóvenes a los equipos mayores.
El debate que sigue instalado en nuestra sociedad, en la forma dual
"Ganar o Formar", está enfrentando entre si a los profesionales que se
dedican a la organización, gestión, investigación, enseñanza y/o
entrenamiento de casi todos los deportes y en especial alrededor del
fútbol infantil con un grupo de intereses antagónicos es particular, a
muchos padres que ven en el fútbol (y en particular en el fútbol
infantil) de sus hijos una posibilidad de crecimiento económico y
social.
A la par del crecimiento fabuloso que tuvo la industria del fútbol en
los últimos años, existe un rezago en el conocimiento de las
problemáticas que el mismo ha suscitado y suscita, así como en el
análisis de las formas que puedan mejorar la calidad de todas sus
estructuras adaptadas a las capacidades y necesidades de los niños y
jóvenes. En los ámbitos de las prácticas del fútbol, todavía perdura la
mentalidad, muy tradicional, según la cual todo esta inventado. Esta
creencia conservadora, hace que la entrada de ideas nuevas procedan de
los sistemas de entrenamiento de otros deportes individuales donde ha
existido un mayor nivel de sistematización. La imitación de estos
sistemas de entrenamiento en el fútbol infantil parece un despropósito
aun mayor, porque resultan inadaptados para las características de los
niños. Sucede, además, que los encargados de este momento de iniciación
tan delicado son voluntarios que dedican muchas horas y enseñan como
pueden su enorme experiencia, pero saben poco de niños. Muchas veces se
reproducen los esquemas de entrenamiento más obsoletos del fútbol
adulto, sin una preparación especifica, con pocos medios y sin ninguna
remuneración.
La repetición disciplinada de automatismos en las clases (y/o
entrenamientos), y esta obsesión por ganar en la competición temprana,
limitan la práctica del juego, que es el medio más estimulante para que
el niño tome confianza, aprenda y disfrute, también del fútbol. En lugar
de pasarla bien, educarse en el juego limpio y despertar su
creatividad, la disciplina empleada para garantizar el orden de todo el
grupo termina, muchas veces, aburriendo a los niños.
La selección prematura en función de los resultados provoca una
discriminación inaceptable e inútil. Este mecanismo aleja a la mayoría
del disfrute del juego elegido, descartando a todos aquellos que tienen
un ritmo de maduración, aprendizaje y desarrollo más lento.
A los practicantes después de muchos años de sobreentrenamiento y
dedicación prácticamente exclusiva al fútbol, soñando con ser uno de los
elegidos de la inmensa mayoría de los participantes en este deporte,
les aguarda una salida frustrante, que poco o nada tiene que ver con el
futuro anhelado. Cabe preguntarse si no están pagando un precio muy alto
para acercarse al espejismo que representan los ídolos del fútbol, tan
difundido como inalcanzable, donde las excepciones confirman la norma. Y
si realmente vale la pena sacrificar la infancia, la adolescencia y la
juventud de tantos deportistas, a cambio de una formación tan limitada y
unas promesas de éxito tan poco ciertas.
Por lo que estamos observando, el fútbol ha dejado de ser un juego
exigiéndole la seriedad y el rendimiento de un niño superdotado. Hay
equipos de todos los niveles socioeconómicos, que tientan con promesas
de todo tipo a jugadores de otros equipos cuando recién han ingresado al
fútbol infantil. En los ámbitos del futbol infantil puede observarse
con una alta frecuencia los comportamientos de ciertos padres ansiosos y
descontrolados que expresan en un ocasional encuentro deportivo
apelando a los gritos durante toda la disputa del partido. Este tipo de
reacciones también se deja ver en los encuentros de los más pequeños.
Estas manifestaciones de los adultos espectadores opera como
interferencia constante en la labor de los entrenadores y/o delegados e
incitando a la agresión dentro y fuera del campo de juego.
Como reflexión propongo la lectura del siguiente párrafo de Bettelheim:
"Los padres deben decidir cuales de las dos cosas es más importante:
que sus hijos se acostumbren rápidamente a jugar de acuerdo con las
reglas propias de los adultos, o que se esfuercen en convertirse en
seres humanos reflexivos y autónomos diseñando planes para el juego,
aunque una parte del tiempo disponible se gaste en este difícil
proceso... La obediencia no requiere aprender a sopesar opciones, a
llegar libremente a acuerdos con sus semejantes y a poner a prueba en la
práctica la factibilidad de las reglas decididas en teoría. El niño que
juega tal y como se le indica puede mejorar su habilidad en determinado
juego, pero no aprenderá a cooperar con sus semejantes ni lo que supone
diseñar reglas para su propia conducta en cooperación con otros niños,
el juego lo puede aprender bastante bien pero el niño no se socializara
jugándolo...
Las funciones más importantes del juego libre y del juego estructurado
consisten en ofrecer al niño la oportunidad de resolver problemas
pendientes, afrontar presiones del momento y experimentar con diversos
papeles y formas de interacción social con el objeto de determinar hasta
que punto le convienen. Todos estos propósitos quedan anulados cuando
los adultos imponen sus pautas de seriedad en las actividades del niño".
Siguiendo con el autor citado, respecto del juego libre escribió: "La
transición es gradual desde el juego libre, caracterizado por la
espontaneidad, la fantasía, y los cambios bruscos de contenido de la
realidad a la imaginación; hasta los juegos estructurados, que requieren
mucho mas autodominio para esperar que su turno y para ajustarse a las
reglas del juego aunque obedecerlas te lleve a la derrota".
En relación con las reglas, Piaget insistía en la necesidad de aprender
a jugar con ellas, en el sentido que era uno de los pasos más
importantes en las socialización del niño, sin embargo, tal y como
escribió Bettelheim, "no se aprenderá ninguna de estas capacidades
socializadoras si los adultos tratan de controlar a que juegos se deben
jugar, o se impide experimentar con las reglas (lo cual los adultos
temen que pueda llevar al caos), o si llenos de impaciencia insisten en
que el juego empiece sin demora", no dejando que los niños ocupen una
buena parte de su tiempo discutiendo. Los adultos privan así a los niños
del crecimiento personal que podrían adquirir.
Es sabido que de todos los niños que comienzan la práctica del fútbol
infantil, solamente el 3 o 4 % llega a desarrollarse como futbolista
profesional, es decir que el 96 o 97 % quedan en el camino, y sin
embargo el sistema apunta a la minoría, sumado a que "como son chicos",
quienes se ocupan de su formación generalmente son padres aficionados al
fútbol o "futboleros", que en algunos casos es posible que sepan del
fútbol, pero habría que ver si saben como tratar a un niño, y que es lo
mejor que se puede hacer por y para ellos.
Cuándo los niños dejan el club de barrio y tienen la posibilidad de
llegar a una institución de fútbol profesional, generalmente quedan a
cargo de un ex jugador de fútbol profesional o amateur (que muchas veces
ni siquiera ha completado el curso de director técnico habilitante).
Muchas veces el referente es una gloria de dicha institución, que debido
a su experiencia como jugador capaz de transmitir a esos niños
vivencias y situaciones atravesadas en su época de futbolista, pero
¿Están en su mayoría capacitados para conducir niños en plena formación
que además de conocimientos futbolísticos, necesitan ser respetados en
sus tiempos de maduración y crecimiento?
La presión por el rendimiento deportivo del niño no es más
que una prolongación de la presión existente en el deporte profesional
(y en el fútbol profesional). Esta invasión procede de la necesidad
de captación de jóvenes talentos. En las tempranas edades de
profesionalización en algunas especialidades deportiva como por ejemplo:
gimnasia artística, natación, tenis y fútbol, hace que
se traspase a los niños los modos de trabajo y exigencia que se utilizan
con los adultos sin reparar que la evolución cognitiva y, sobre todo,
afectiva de los niños. Estos tratamientos puede ocasionar el sufrimiento
de interrupciones y bloqueos afectivos de negativa consecuencia en el desarrollo
de los sujetos. La presión en el deporte infantil, y en particular
en el fútbol infantil, que no respete la persona y su ritmo particular
de aprendizaje, su edad, que valore más el resultado que la formación,
traerá secuelas físicas -microlesiones, esguinces, sobrecargas
musculares- y psicológicas -problemas de autoestima, falta de seguridad
en sí mismo, eliminación del disfrute, problemas de rendimiento
escolar por falta de concentración en los estudios, falta de desarrollo
de la propia responsabilidad...- Un deporte infantil que no tenga en cuenta
la complejidad de la formación de los sujetos deportivos y no proyecte
un trayecto formativo a la medida de todos lo elementos que intervienen, se
convierte en un obstáculo no solo para el desarrollo evolutivo, también
para su construcción del sujeto en relación con la cultura.
Por otra parte, el deporte infantil actual presenta unas condiciones que favorecen
cuatro tipos de niños practicantes:
1. Los que acceden a practicar un deporte y disfrutan de él porque
están dotados para la práctica.
2. Los que acceden a un deporte pero tienen peores condiciones motrices
que los del grupo anterior, porque, paulatinamente van dejando de
practicarlo o lo hacen en menor medida que sus compañeros más
capacitados.
3. Los que acceden a un deporte pero lo abandonan en poco tiempo, ya que
son descartados por sus escasas condiciones motrices para esa
especialidad deportiva.
4. Los que no acceden a ningún deporte, bien sea porque en su entorno no
hay oportunidades de práctica deportiva o porque no intentan acceder a
las oportunidades que les ofrecen, por impedimentos familiares o por la
creencia de que no son aptos para practicar esa especialidad.
De todas formas, la situación general hace que el buen dotado de
recursos corporales y motrices para la práctica deportiva salga
beneficiado por el deporte infantil y el menos dotado salga perjudicado.
Sin embargo, aquellos niños bien dotados de recursos corporales y
motrices, para la práctica deportiva corren el riesgo de sufrir las
consecuencias de la presión por ganar en la competición.
En el ambiente del fútbol y del fútbol infantil prevalecen
ciertas creencias generalizadas sobre las formas de guiar los procesos de
enseñanza.
- Se aprende a jugar al fútbol jugando muchos partidos.
- El jugador que ha jugado muchos partidos es mejor que otro que ha jugado menos.
- Para aprender a jugar al fútbol solo se necesita entrenar con la pelota.
- El fútbol es patear una pelota.
- Es solo buen jugador aquel que maneja bien la pelota.
- En el fútbol el que corre es la pelota.
- Al fútbol no hay que estudiarlo, basta con practicarlo.
- En el fútbol esta todo inventado.
- La práctica hace al maestro.
- Para ser técnico es necesario tener mucho vestuario.
- Un técnico es bueno cuando su equipo gana muchos partidos.
Estas creencias están tan arraigadas en nuestra cultura, inclusive
la formación académica que se le proporciona a los estudiantes de
Educación Física promocionan y consolidan estas creencias. Para
comprobar esto es necesario observar las clases y/o entrenamientos que
se realizan en las escuelas y clubes de fútbol y más aun, revisar los
contenidos de los programas universitarios con respecto a este deporte,
puesto que son, los encargados de marcar las pautas para guiar los
procesos de enseñanza.
Hacia fines de la década del setenta comienza a manifestarse en nuestro
país un nuevo fenómeno, impensable pocos años atrás, pero fácilmente
explicable en los tiempos que corrían: aparecen en Buenos Aires las
primeras Escuelas de Fútbol Infantil. Para ese momento, comienzan a
desaparecer gradualmente los potreros. El tiempo libre de los padres
disminuye para llevar a sus hijos a jugar, la calle y las plazas se
hicieron peligrosas, por lo tanto se perfilaba en los jugadores de
renombre que abandonaban la actividad una forma lucrativa de seguir
ligados al fútbol explotando su bien ganado prestigio. La inevitable
moda Europea, fue un argumento para que se diera la rara paradoja de que
en un país apasionado por el fútbol en esencia, gusto y tradición, se
hiciera necesario enseñar a jugar y a practicar el fútbol. Es importante
señalar en este punto la diferenciaron lo que ocurría hasta ese momento
donde los maestros que había en cada club, pulían y perfeccionaban el
proyecto de jugador que les llegaba después de los doce o trece años,
con mucha pasta ganada en la calle y en el potrero, en el barrio contra
barrio, haciéndose sin ningún apuro y sin las presiones de los mayores,
con reglas hachas y vigiladas por ellos mismos.
Hoy las cosas han cambiado mucho, los clásicos "picones" se
transformaron en entrenamientos varias veces a la semana, los torneos
con tablas de posiciones duran varios meses y hasta se corre el riesgo
de descender de categoría a los seis o siete años. Todo esto hace que el
concepto de "jugar", se halla modificado por el concepto de "trabajar"
de jugador, en función de los intereses de los grandes y no de los
niños.
Teniendo las mejores intenciones (preparar los mejores jugadores desde
el principio), no tomamos por el camino adecuado, siempre en prejuicio
de los niños, y por extensión, del fútbol en general. Hoy las escuelas
de fútbol serias, que son muchas, no participan de torneos sistemáticos
(con tablas de posiciones) sino que se manejan con encuentros con otras
escuelas y trabajan a conciencia.
Pese a esos ejemplos, la inmensa mayoría de los chicos futbolistas
están en clubes donde forman parte de un espectáculo para parientes
(padre, madre, hermanos, tíos, abuelos, etc.) donde se los someten a
todo tipo de presiones y se les exige mucho más de lo que pueden y
quieren dar.
Pero... se recauda buen dinero con los pibes.
El comienzo del niño en el deporte, ha cambiado totalmente sus objetivos
en los últimos tiempos, transformando la enseñanza gradual y con
sentido de futuro, otra apurada, producto de la búsqueda de una
especialización temprana y sin sentido.
"Un niño que no juega es un adulto que no piensa", la convención de los
derechos del niño determina claramente que el juego es uno de los
derechos fundamentales de los niños, ya que es una de las herramientas
más valiosas para su desarrollo global, tanto en lo físico, como en lo
psíquico y en lo emocional. Los niños deben jugar, porque el juego
sensibiliza la imaginación y la inteligencia, los hace compartir e
interactuar y es una excelente herramienta para la inclusión.
La escena se repite en los distintos barrios de la ciudad de La Plata,
en la Capital Federal y en algunas ciudades del interior del país. Un
grupo de niños se entrena en un club o en una escuelita de fútbol.
Corren a un ritmo constante, esquivan conitos para medir su destreza,
cabecean pelotas, responden con ganas a las órdenes de un entrenador que
los tiene "cortitos". En muchos casos, todo esto sucede ante un público
muy especial: sus padres, que se instalan como espectadores, críticos,
profesores, árbitros y hasta relatores de un juego infantil. Esa actitud
se acrecienta hasta lo increíble si se trata de un partido en el marco
de un campeonato de una liga infantil.
Un dato interesante es que todos los niños que están en esas canchas
tienen muchos años en el fútbol, a pesar de tener poca edad. Es
asombroso verlos hacer memoria de cuando empezaron a jugar, como si
fueran verdaderos veteranos, cuando apenas llegan a los 10 o 12 años de
edad.
No cabe duda de que el fútbol es una parte importante de sus vidas, lo
palpan desde la cuna, lo viven, lo sienten, lo disfrutan y lo sufren,
como hinchas y como jugadores. Pero ¿Hasta qué punto un niño de menos de
12 años puede participar, más allá de este amor natural por la pelota,
de las presiones del fútbol grande? ¿Cómo enfrentarse tan temprano a
esos modelos inalcanzables que son lo jugadores profesionales que ganan
millones de dólares, salen en las fotos de los diarios y las revistas y
viven en un mundo casi irreal de fama, fortuna y gloria? ¿Qué pasa con
todos los jugadores que no llegan a esa cumbre? ¿Quién dice algo de esa
inmensa mayoría de jóvenes con ilusiones que quedaron en el camino hacia
el éxito? ¿Dónde quedo el espíritu del potrero del que salieron grandes
figuras del deporte?
El argentino vive el fútbol y pondera el éxito, todos lo somos. En el
fútbol infantil, a veces los padres no pueden ver más allá de la
obtención de un resultado. La obsesión por el logro de una victoria
impide ver lo que realmente puede llegar a dar su hijo y se ponen como
locos (o fuera de si).
La presión se vuelve algo cotidiano y todos, padres, hijos,
entrenadores, árbitros y público, pierden de vista el motivo por el que
están jugando. La meta ya ni siquiera es el gol. La meta es llegar, ser
el mejor, él numero uno. Y se olvidan que para ser él numero uno, hay
una sola vacante. La competencia como la que se suele ver en los
partidos de torneos infantiles la imponen y la exigen los adultos, los
niños simplemente juegan.
Será que además de volcar sus propias ilusiones y deseos en sus hijos,
aparece en la imaginación de muchos padres, algo que forma parte de un
pensamiento colectivo de esta época: la idea de su hijo como "salvador"
de la familia. Si el niño patea bien la pelota puede ser la solución
para todos. Claro que este pensamiento no se da en todos los padres por
igual, algunos lo admiten directamente, otros solo se animan a
insinuarlo y algunos ni siquiera se dan cuenta de que les sobrevuela.
Pero esta. Y la pregunta es hasta donde puede ser valido.
Esta nueva ilusión no conoce fronteras ni clases sociales. En cualquier
barrio humilde o en las villas de emergencia, donde jugar al fútbol
siempre fue algo muy ligado a la vida cotidiana, es posible que hoy mas
que nunca, este presente la posibilidad de convertirse en jugador
profesional como la única salida para abandonar la marginalidad.
Lo que hasta hace un par de décadas era simplemente el entretenimiento
obligado de los que no tenían otra distracción, hoy es casi el campo de
prueba para los que sueñan con salir de allí, y su habilidad y dominio
sobre la pelota es un pasaporte para dejar la pobreza. Allí, entre las
chapas y los campitos de tierra reseca, también se organizan torneos de
fines de semana. Los pocos recursos se destinan a este ritual que
combate contra los fantasmas del presente.
El fútbol puede ser la única salida para zafar de la droga, la
violencia o la delincuencia en lugares como este. "África es la
principal fuente de futbolistas menores para Europa. Sin embargo eso no
significa una mejor calidad para sus vidas. Todos esos niños y
adolescentes salen de su país sin conocer el idioma, con lo puesto. Si
no funciona en el sistema mercantilizado del fútbol europeo, quedan
varados, dependiendo de su suerte, que suele ser poca".
Este trafico de niños y jóvenes es el punto máximo de la desproporción
entre deporte y negocio, el vértice mas desgarrado y cruel del mercado
del fútbol. Los números dan una idea de lo escalofriante de este
mercado. En los últimos años de la década del noventa, unos cinco mil
trescientos chicos (5.300) de distintos países se encontraban dando
vueltas en distintos clubes de categorías inferiores del fútbol
italiano. Pero de esos, solamente veintitrés (23) tenían un contrato
efectivo. El promedio de edad apenas superaba los diez años.
El futuro para esos chicos que quedan en el camino es dramático. Sin un
peso para volver a sus casas, caen en la marginalidad, descartados como
mercancía inservible. En estos casos el fútbol se convirtió en un
moderno tráfico de esclavos, disfrazado de salvoconducto para la
prosperidad.
La Argentina también forma parte de este problema con varios casos
resonantes, como el de los chicos tucumanos en Italia. Héctor Mauricio
Gramajo, Miguel Ángel Robles, Luis Miguel Rodríguez, Alfredo Horacio
Carrizo, Mariano Jesús Campos y Oscar Daniel Álvarez, todos de 13 y 14
años, viven en un convento en la ciudad de Arezzo. Sus padres firmaron
un poder para que un representante los llevara a Europa a probar suerte.
Todos quieren ser jugadores profesionales, aunque las posibilidades son
mínimas. El verdadero viaje de los chicos, todos de familias muy
humildes residentes en pueblitos de la provincia de Tucumán, tiene que
ver con otros intereses, bien distintos de sus sueños. En general, los
ponen a jugar partidos amistosos con la intención de "mostrarlos" y
ubicarlos en equipos grandes. Pero los mismos involucrados en el tema
confiesan que eso será posible con un solo chico cada 45 mil que llegan
al país. Muchos incluso denuncian un tráfico de niños proveniente de
África y Sudamérica en una variante moderna de la explotación.
"El diputado italiano Saro Pettinato, ex presidente del Atlético
Catania, afirmo que desde Argentina, hay gente que le puede enviar
chicos. Cada uno vale cinco mil dólares, me dijeron. Pero no me estaban
hablando de derechos federativos, me vendían directamente a las
criaturas", dijo en una entrevista al diario Clarín (6/01/2000, Cuando
el fútbol trafica sueños).
El potrero versus la escuela de fútbol
Podemos decir que hasta hace unos veinte años o menos, los padres
llevaban a sus hijos a los clubes de barrio para evitar que estuvieran
en la calle, para que se socializaran con otros niños de su edad. La
posibilidad de que se convirtieran en jugadores profesionales estaba en
segundo plano, era una posibilidad entre tantas. Sin embargo, la
creciente profesionalización del fútbol empujo a los padres a ver a los
clubes de barrio y a las escuelas de fútbol como una tabla de salvación
para sus hijos y hasta para ellos mismos.
Mucho antes de que aparecieran las primeras escuelitas de fútbol, el
lugar por excelencia donde se practicaba este deporte era el potrero.
¿Qué cosas tenía a favor ese pedacito de tierra en un baldío de barrio
y que ventajas se obtuvieron con la creación de lugares específicamente
organizados para enseñarles a jugar al fútbol a los niños?
Para algunos el potrero era el lugar donde reinaba la espontaneidad. El
potrero era él desafió con los de la otra cuadra, de ahí no pasaba la
competencia. Hoy los niños juegan con un dispositivo institucional que
incluye árbitros, premios, etc. En ese sentido, los de otra época fuimos
más huérfanos, no era muy positivo desde lo social.
Los niños, cuando se juntaban en el potrero, iban porque tenían ganas,
sentían la necesidad interna de jugar y se organizaban auto
convocándose. Iban, le tocaban el timbre al amiguito de la vuelta,
buscaban al dueño de la pelota, decidían los arcos y jugaban. Construían
a partir de un espacio físico toda una situación lúdica que tenía que
ver mucho con la trama social, con los vínculos afectivos. Hoy todo eso,
se compra, se paga. Esa es la diferencia más clara. Si a eso le
agregamos la formalización de una estructura organizacional con las
reglas, el cumplir horarios, una división por edades, no queda nada de
toda aquella actividad espontánea. Antes, los propios participantes eran
los protagonistas, los organizadores, todo. Esa autogestión hoy no
existe más. Podríamos decir que antes se divertían y hoy los divierten.
Con un agravante: Si el niño quiere jugar al fútbol fuera de la escuela,
no tiene a donde ir. Y si tiene donde, no tiene con quien jugar. Desde
este punto de vista, el predominio de un espacio hiperorganizado para el
juego, genera una discapacidad, en cierta forma creada por la sociedad
de consumo.
Resumiendo los conceptos podríamos decir que el potrero brindaba
básicamente, libertad. La escuelita, en cambio, aporta disciplina. Las
dos propiedades se necesitan a la hora de practicar cualquier deporte.
El tema es como se logra llegar a ese punto en que se pueden combinar.
Quizás esa sea la clave de un buen aprendizaje, y en algunos casos,
sumado al talento natural, logra la formación de verdaderos jugadores.
La tendencia a la profesionalización del fútbol infantil, en la que los
niños reciben la mayor presión por parte de los adultos, involucra
entre otros puntos polémicos, la propia salud de los pequeños
futbolistas. ¿Quién se preocupa realmente por las exigencias que reciben
los niños durante los entrenamientos que muchas veces no tienen en
cuenta las distintas etapas de su desarrollo físico y psicológico?
Los padres, en algunos casos, ya sea por el afán de conseguir un buen
futbolista o por el deseo de que sus hijos se entretengan un rato con
los niños de su misma edad, se olvidan de considerar la salud de sus
hijos, la cual no siempre queda en las manos más adecuadas. Los técnicos
y delegados, presionados por lograr buenos resultados en los partidos,
dejar contentos a los dirigentes y a los padres, no siempre prestan la
suficiente atención a estas cuestiones socioculturales que son
fundamentales en esta etapa de crecimiento tan delicada en el desarrollo
de una persona.
Esta omisión puede afectar la salud presente y futura de los niños. No
es tan extraño asistir a un entrenamiento y ver al entrenador bebiendo
cerveza o fumando mientras los niños esquivan conos o hacen una prueba
de velocidad. La improvisación y la mercantilización, en gran parte, son
responsables de que se produzcan estas situaciones de las que los niños
resultan ser las victimas.
Hace algunos años cuando el fenómeno del fútbol infantil apenas
empezaba a asomar, los entrenadores profesionales no abundaban. La
mayoría de los equipos de fútbol infantil era entrenada por los propios
padres de los chicos, tal vez por esa idea tan argentina de que
cualquiera sabe de fútbol y es un jugador o un técnico en potencia. Lo
cual no implica que cualquiera este capacitado para conducir a un grupo
de niños durante un juego. Este fenómeno sé mucho más en la ciudad de
Buenos Aires que en la ciudad de La Plata.
Esta claro que la mercantilización del fútbol infantil involucra a
todos los que de alguna manera tienen que ver con él. Los técnicos no
quedaron afuera. Por lo tanto, su grado de idoneidad ante la tarea de
dirigir un grupo de niños no puede ser amateur. Hay gente que ha
encontrado en el fútbol infantil su medio de vida. Cuando se le pregunta
dónde estudiaron, dicen: no, yo miro todos los domingos fútbol de
primera y leo El Gráfico. Creen que con eso alcanza para dirigir un
equipo. Pero además, como cobran tienen que ganar. Si no los echan del
equipo. Adquieren prestigio ganando campeonatos. Mientras tanto,
frustran niños pero ganan campeonatos. Que uno entienda de fútbol no
quiere decir que también entienda lo que pasa por la cabeza de un niño
de 7 u 8 años.
El fútbol infantil no es un fin en si mismo tiene que ser un medio para
empezar a formar a los niños. Un deportista se empieza a formar a los
11 o 12 años. Ahí empieza una recta que termina aproximadamente a los 17
o 18 años. Hace unos cuanto años, los futbolistas profesionales
debutaban a los 21 años, hoy lo hacen a los 16 (el ejemplo mas claro es
el seleccionado sub 20 campeón del mundo en Canadá donde la mayoría de
sus integrantes ya habían jugado en primera división y algunos ya están
jugando en Europa). Hay que considerar que hasta los 12 o 13 años
aproximadamente un niño no comienza a formarse física y motrizmente.
Recién en ese momento esta preparado para que lo agarre un entrenador y,
si es bueno, que comience a hacer carrera. Pero acá parece que el
proceso se hace al revés. Además, hay que tener en cuenta que un niño de
9 o 10 años esta completando su maduración y puede tener unos dos años
de diferencia madurativa con otros de su misma edad. Entonces, un año el
niño puede parecer de madera y al año siguiente, juega bárbaro. Y los
técnicos dicen "este no sirve", cundo en realidad, el niño esta
aprendiendo.
La idea de competencia, triunfo y fracaso, no es la misma en los
adultos que en los niños. En el momento del juego, las cosas se mezclan.
En ese cóctel, los más pequeños suelen ser los más perjudicados. El
espíritu de jugar a muerte lo ponen los padres, no los niños. Cuando
gana el equipo contrario los padres empiezan a echarle la culpa al
referí y no se fijan que los que ganaron también son niños. En general,
los padres pierden el control emocional por completo. Se habla de que
ponen toda la tensión de la semana en el juego de sus hijos, la
descargan con ellos. Los niños, pobrecitos, se acostumbran a vivir esa
presión. Muchas veces los mismos niños se insultan o putean con los
padres y con el árbitro. A su vez, el padre reprende al árbitro por una
sanción justa, aunque su hijo haya cometido una falta. Hay veces en que
los niños se quedan mirando a un loco desaforado que no entienden que
sea su papa, enojado porque su hijo saco mal un lateral.
En general, los árbitros se encuentran en medio de las disputas de los
padres y de la propia relación entre padres e hijos. Tienen que arbitrar
el juego entre los equipos infantiles y también lidiar con los padres
que, desde las tribunas, les reclaman constantemente.
Los padres se pierden en ese laberinto futbolístico donde todo el mundo
se siente un poco sabio y en lugar de acompañar a su hijo, le indican
como jugar. Lo que muchas veces puede entrar en contradicción con lo que
le indica el técnico. La consecuencia es un cortocircuito en el niño,
que generalmente abandona el fútbol porque no soporta tanta presión.
La mayoría de los padres cuando hablan fríamente del tema de sus hijos
jugadores, nunca confiesan que presionan a sus hijos. Algunos de ellos
seguramente dicen la verdad. Otros, están metidos en lo que les pasa.
Quizás no mienten, pero si omiten la realidad. Tal vez no se dan cuenta
de la influencia que ejercen sobre los chicos, a una edad donde todo se
absorbe con tanta facilidad. Sin embargo, esos padres que presionan a
sus hijos, sin darse cuenta del daño que les causan, existen. De hecho,
profesores, técnicos, árbitros y otros padres los observan
cotidianamente en las prácticas y en los partidos. Actúan a la vista de
todos. Pero cuando todo se termina, nadie quiere reconocerse como uno de
ellos.
Es evidente, sin ninguna duda, que el modelo de los torneos infantiles
es el fútbol grande, el fútbol profesional. Hay chicos que protestan
para sacar ventaja, como ocurre en la primera división. Sin embargo, lo
mas difícil para los árbitros es trabajar bajo la presión de las
hinchadas, muchas veces conformadas, incluso, por algunas madres.
Junto con la competencia mal entendida comienza a producirse un hecho
poco grato para los niños, la discriminación de los menos hábiles. Con
este tema la mayor influencia proviene de cada familia y de lo que
transmite el club. Si se trata de una institución muy competitiva, la
problemática aumenta. Si hay niños que no están aptos para jugar hay que
buscarles la posibilidad de que jueguen en otras ligas para que no se
sientan mal y para darles una oportunidad. (En la ciudad autónoma de
Buenos Aires hay ligas de fútbol que se crearon para los niños que no
tenían la posibilidad de jugar en clubes muy competitivos, son ligas en
las cuales no hay suma de puntos).
Conclusión final
Las escuelas de fútbol se consolidaron en las últimas décadas como
una alternativa a la falta de espacios para que los niños jueguen al
fútbol en la ciudad. Pero la voracidad del gigantesco negocio del fútbol
las fue incorporando como primera etapa de una tendencia creciente:
La profesionalización del fútbol infantil
¿Entrenamiento o entretenimiento? ¿Trabajo o juego? ¿Cómo debería
ser el tiempo que el niño dedica a la actividad futbolística? ¿Cómo
lograr que algo tan sano como la actividad deportiva y tan mágicamente
fascinante como el fútbol no sea una carga que sus espaldas no puedan
soportar?
Difícilmente se pueda llegar a obtener una sola respuesta a todas estas
preguntas. La polémica, al igual que el fútbol mismo, es un deporte
nacional y cada uno, padre, técnico, o dirigente tendrá una respuesta,
un punto de vista. Expondrá sus argumentos, mostrara resultados. Pero ¿y
los chicos qué? ¿Se piensa en ellos? ¿O prevalecen las propias
aspiraciones, las frustraciones que se dejaron en el camino? ¿Alguien
les pregunta a ellos lo que quieren, lo que sienten, como les gustaría
hacer las cosas?
Valdría la pena que todos los involucrados se formularan estas
preguntas y se cuestionaran realmente como están actuando. Sería bueno
descubrir que responden con honestidad a la tarea que están
desarrollando.
Hasta hace unos veinte años, la cosa era mucho más sencilla. El club de
barrio cumplía una función social. Hoy, tras sucesivas crisis
económicas, ideológicas y morales, ese espacio se fue perdiendo. Y no
hubo reemplazo. Los que tienen más de cuarenta años lo saben muy bien.
El club era el lugar del encuentro, de la participación. Uno sentía que
ese era un lugar de pertenencia, un espacio simbólico y de contención
social. Era el lugar donde se compartía con los pares y eso permitía
afianzar la identidad. Algo vital para la edad en que una persona esta
creciendo.
Allí, en esos clubes, el fútbol era la excusa, organizarse era
sencillo: un padre se hacia cargo de una categoría, otro tomaba otra y
así hasta abarcar todas las edades, sin mucha teoría pero con mucho
amor. La cuota social no importaba y la merienda acercaba a más de uno.
¿Cómo evitar que todo esto ocurra? No es fácil encontrar la solución.
Siempre y cuando el optimismo nos permita creer que es posible encontrar
una. Quizás lo máximo a lo que se puede aspirar sea a empezar a cuidar a
los chicos, a estar mas cerca, pero no detrás de un alambrado gritando
un gol sino allí donde ellos verdaderamente les hace falta. En sus
dudas, sus miedos y también en sus pequeñas alegrías.
Lo ideal seria actuar con ellos como lo que son: chicos. Tan obvio y
tan simple como eso. Tan complicado como eso. Para lograrlo se debe
comenzar intentando que el entretenimiento no se convierta en un trabajo
y que esté adecuado a sus posibilidades. Cualquiera que lleve a su hijo
a una escuela de fútbol debe tener, independientemente de su motivación
para hacerlo, la preocupación por el cuidado que le den al niño en ese
lugar. Y una idea clara de lo que puede ser bueno o dañino para su
educación, su desarrollo y su formación. Eso quiere decir para su
cuerpo, su psiquis y su espíritu. Algo que parece tan evidente y que,
sin embargo, la experiencia de todos los días muestra que no se cumple.
Que los niños entrenan más de lo debido o, a veces, no lo hacen con una
persona suficientemente capacitada para eso. Las consecuencias afectan
nada menos que a su salud y, a veces, condicionan su estado emocional
para el futuro.
Este texto quiso ser una aproximación al mundo de los niños y el
fútbol, allí donde su cruzan la ansiedad de los padres, la
responsabilidad de los entrenadores, la referencia omnipresente de las
grandes estrellas y el peligro de depositar en un niño la salvación
económica familiar. También es un llamado de atención para no olvidar
que en el fútbol infantil se está tratando con niños y no con jugadores
en miniatura.
Bibliografia
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