Diálogos con mi padre.
Jaime se sube al coche de su padre y éste arranca inmediatamente. El
padre de Jaime comienza una rápida conversación con su hijo. Le ha
extrañado que estuviera hablando con el entrenador ya que es muy poco
frecuente que esto ocurra…
–¿Hay algo que va mal? ¿te has peleado con el entrenador? ¿has hecho algo que no le ha gustado?
Jaime no se contiene y de nuevo salen unas lágrimas que intenta
contener. El padre se sorprende y, sin perder el control del coche, le
mira de reojo.
–¿Qué te pasa, hijo?
–Papá, quiero dejar el fútbol. Ya no aguanto más.
–Pero ¿qué dices Jaime? ¿qué ha pasado? ¿pero si siempre ha sido tu
ilusión? ¿No lo dirás en serio? ¿Tiene todo esto algo que ver con lo que
estabas hablando con tu entrenador?
–En parte sí.
–Me va a oír este entrenador orgulloso y engreído.
–Déjalo papá, ahora que ya he tomado la decisión de dejarlo, quiero decirte que tu también tienes parte de culpa.
–¿Yo? Pero si yo siempre te he apoyado en esto del fútbol.
–Todo lo que haces por mí, en el fondo es porque me quieres, lo
reconozco, pero no sabes el daño que me estás haciendo. Todo lo que
necesito me lo das. No me cuesta nada obtenerlo. Sé que no tengo
límites: ¿quiero unas botas nuevas?, enseguida tengo en mis manos las
más atractivas del mercado; ¿un refresco después del partido?, ni lo
dudes porque según tu, siempre me lo merezco. Puedo ir al campo andando
porque estamos muy cerca pero tu te empeñas en acompañarme siempre. Mamá
me sigue preparando la bolsa de entrenamiento y yo siempre lo permito
por comodidad. Si me lesiono en el partido, enseguida estás tu detrás
para curarme. Si me duele la cabeza, inmediatamente sugieres que no vaya
al entrenamiento. Si el entrenador me echa una bronca, tu después estás
a mi lado para protegerme quitándole importancia al asunto.
–Pero, hijo, esto es normal. Es lo que haría cualquier padre por su hijo
–Pues yo me siento un niño pequeño, inmaduro y mimado. Ahora, por tu
culpa, no soy capaz de hacer nada solo. Siempre tengo a mi padre que me
protege y cuando no estás, me siento inseguro. No quiero salir de casa
si no vais conmigo, no soy capaz de viajar con el equipo porque me da
miedo saber que no estáis vosotros. ¿Quién me hará la bolsa? ¿quién
estará pendiente de mí cuando tenga un problema? ¿diez días fuera de
casa? Ni pensarlo, no lo aguantaría. Estoy perdiéndome lo mejor de la
vida simplemente porque me habéis protegido demasiado.
–Es un problema que se resuelve cuando seas mayor, no te preocupes. Tranquilo.
–Papá, ya soy mayor. Tengo 12 años, casi 13. Sin embargo, para ti sigo
siendo aquel niño de 6 años que empezaba a jugar al fútbol. Quizá
piensas que nunca seré adulto. El momento ha llegado, ya no soy un niño
pequeño y necesito un margen para poder sacar las cosas a mi manera, sin
que nadie me diga cómo tengo que hacerlo. Quiero equivocarme de vez en
cuando y sacar experiencias de estos errores. Quiero ser capaz de luchar
yo solo por conseguir mis propias metas. No lo que tu quieres que sea
sino lo que yo deseo ser.
–Creo que estás exagerando un poco. ¿Quizá estás enfadado por lo que pasó en el último partido?
– En el último partido, yo ya no aguanté más y por eso paré para decirte
que te callaras. Lo paso fatal, papá. Ya no aguanto más. Hasta mis
amigos se ríen de mí por tus intervenciones. Cuando juego al fútbol y
cuando entreno, tu siempre estás ahí. Cuando era pequeño, recuerdo que
te pedía que te quedarás. Pero ahora me da hasta vergüenza. Te pones a
darme consejos, indicándome lo que tu crees que yo debo hacer.
–Hijo, tu sabes que yo he jugado al fútbol bastante en serio y sé lo que
digo. Es simplemente para ayudarte. Para que juegues mejor.
–No sé si sabes que ya tengo un entrenador. No necesito dos. Y, además,
muchas veces lo que me dices, no tiene nada que ver con lo que me está
pidiendo el mister. Lo único que deseo de ti es que seas mi padre, que
me quieras no por los buenos resultados que voy teniendo en el fútbol
sino por el esfuerzo que pongo por conseguirlo.
–Lo que pasa es que el entrenador no puede estar atento a todo, al
ataque y a la defensa y cuando veo que no te dice nada, lo hago yo.
–Lo que consigues con todo esto es desorientarme más. Ya estoy cansado
de tanta ayuda. Déjame que sea yo el que resuelva las situaciones del
partido. Confía más en mí, quizá yo sepa hacerlo. No te preocupes si
cometo errores porque de ellos se aprende. Si no me equivoco nunca, si
siempre voy haciendo lo que me dices, no estaré seguro de hacerlo bien
cuando tu no estés. Soy un jugador inseguro y sin confianza en mi mismo y
tu tienes parte de culpa.
–Bueno, Jaime, es tu opinión. Pero quiero que sepas que lo que te digo es muy útil y tiene sentido.
–Papá, no me escuchas. A veces pienso en la cantidad de horas que te
pasas en el club charlando con los demás padres siempre de lo mismo. No
hay otro tema. Que si tal equipo, que tal jugador, que tal
entrenador…¿Has pensado en el daño que haces con estos comentarios?
Tanta charla hace que llegue un momento en que no se sabe lo que es
ciencia ficción y realidad y se llegan a declarar cosas que tienen poco
que ver con la verdad. Hacen daño estás críticas, esas murmuraciones,
esos comentarios llenos de odio y de rencor.
–Sí es verdad, nos juntamos los padres y somos terribles cuando
empezamos a declarar. ¿Pero qué vas a hacer si pasamos tanto tiempo sin
otro objetivo que esperar a que terminéis el entrenamiento?
–Lo que no sabes es que todo eso llega al vestuario, a mis compañeros, a
mi entrenador. Y se genera un ambiente realmente desagradable que hace
mucho daño. Fomenta una desunión entre nosotros que se traduce en el
campo en una pérdida de fuerza en el juego y un desánimo generalizado.
La verdad es pierdes las ganas de seguir luchando.
–No me puedo creer que hayas decidido abandonar lo que más te gusta en
el mundo que es jugar al fútbol. Piénsalo bien porque en la vida no vas a
encontrar otra cosa que te ofrezca tanto. El fútbol te ofrece la
oportunidad de relacionarte con personas de tu edad que tienen una misma
afición. Debes sacrificar muchas cosas para poder estar en los
entrenamientos y en los partidos. Pones en práctica muchos valores como
son el esfuerzo, la superación personal, el compañerismo…
–Sí, es cierto lo que dices, pero quiero advertirte que esto no es
automático. Por el hecho de jugar al fútbol no adquieres esos valores.
En mi caso, es todo lo contrario porque no he tenido en mi entrenador ni
en mi padre un líder a quién imitar. He aprendido todo lo malo que me
quedaba por aprender: envidia, revanchas, humillaciones, insultos,
desprecio, trampas, mentiras, egoísmos, orgullo, individualismo, pereza,
indiferencia, desánimo, desorientación, anarquía, desunión…
– Esto que dices es muy duro, Jaime. No aguanto las faltas de respeto.
El padre tiene que pisar el freno repentinamente porque se acercaban al
semáforo, que se había puesto rojo repentinamente y, como la
conversación estaba muy encendida, el tiempo de reacción resultó ser muy
justo. Mientras esperan para seguir avanzando, el padre observa
fijamente a su hijo porque se da cuenta de que le está hablando muy en
serio y hasta ahora no había detectado nada de esto en él.
–No sé si sabes que la semana pasada echaron a nuestro central por haber
lesionado intencionadamente al delantero contrario y, cuando le sacaron
tarjeta, casi destroza al árbitro. Lo echaron del club porque en cada
partido ocurría siempre lo mismo. Pero lo más grave es que el
entrenador, en lugar de corregir al jugador y de apoyar al árbitro en su
decisión, empezó a insultarle y a gritarle de tal forma que hasta yo
mismo sentí vergüenza como cada vez que ocurría porque esto se repetía
en otras muchas ocasiones. En esta ocasión, como estábamos a punto de
perder el partido, los padres, y entre ellos estabas tu, iniciasteis un
despliegue de insultos y gritos humillantes hacia el árbitro que
contagiaron incluso a varios jugadores de mi equipo que se pusieron a
increpar también al juez del partido. ¿Cierto?
–Bueno, más o menos, cierto. Yo creo que no le faltamos al respeto. Sólo
le indicamos que no estábamos de acuerdo con lo que había dictaminado.
–Papá, ¿es esto lo que queremos del fútbol?. Estoy cansado de tanto
grito, de tanto insulto, de tanto odio entre nosotros. Yo solo quiero
jugar al fútbol. Entiendo que el fútbol profesional se haya ido de madre
y que por motivos económicos ya no es un juego casi, es un negocio.
Pero yo no juego a fútbol profesional. No hay dinero por medio.
–Claro que sí, hijo. Lo que pasa es que hay ciertos niveles del fútbol
base que necesitan más intensidad, más seriedad, más preparación. Es más
que un simple juego.
–Los partidos se viven con demasiada tensión, como si nos jugáramos la
vida. Y yo lo único que busco es divertirme con mis amigos, meter goles,
disfrutar con la clasificación, soñar a ser algo. Pienso que de eso se
trata: disfrutar cuando ganas y enfadarte cuando pierdes con la idea de
mejorar para recuperar lo perdido. Cuando acabo el partido ya me he
olvidado de todo. Se ha terminado el juego. Pero los adultos habéis
convertido nuestro juego en algo que no me gusta: es como si jugáramos a
ser profesionales imitando todo lo que ellos hacen. Parece como si
fuerais vosotros los que estáis jugando el partido y mis compañeros y yo
somos simplemente fichas que vais moviendo a vuestro antojo.
–Es posible que tengas razón pero esto ya no hay quien lo cambie…
–Este es el motivo por el que dejo el fútbol. Lo dejo porque veo que
esto es una bola de nieve que sigue rodando y se va haciendo cada vez
más grande. No veo cómo pararla porque cada día aumenta la velocidad y
el tamaño. Y si intentas pararte, la bola te aplasta. Cada día que pasa
va implicando a más y más personas. No quiero seguir así. No vale la
pena seguir…
–Estás muy pesimista. Yo creo que debes mirar lado bueno de todo esto.
El fútbol es algo que está creciendo en todas partes. Hasta los chinos
quieren incorporarlo a su cultura por todos los medios. ¿Algo tendrá si
atrae tanto?
–Yo ya he intentado buscar el lado bueno de todo esto. He buscado
angustiosamente un modelo, alguien a quien agarrarme e imitar. Un líder
que dirija mi barco pero no lo he encontrado ni en mi entrenador ni en
mi padre. Mi entrenador quiere ganar a toda costa y lo único que busca
es subir escalafones a base de éxitos deportivos. No se da cuenta de que
para conseguir esos éxitos debe conseguir liderar a su equipo.
–Lo que pasa es que es un entrenador muy competitivo pero eso es bueno
para ti porque te enseña otras cosas que ya debes saber si deseas jugar
en serio al fútbol.
–Al no encontrar en mi entrenador nada que valiera la pena, lo busqué en
mi familia, en mi padre. Pero no he sabido descubrir nada que me ayude a
seguirte. Sí, me quieres y me cuidas siempre y te preocupas por mi. Me
dedicas mucho tiempo.
–Celebro que aprecies el esfuerzo que hago por ti.
–A pesar de todo ese cariño, debo decirte que no eres un ejemplo para
mi. Me dices que me esfuerce pero yo siempre te veo levantarte tarde. Me
dices que tengo que sacar buenas notas en el colegio pero yo te he
visto pocas veces leer un libro. Me dices que no me pelee en el colegio
pero yo siempre te veo insultar al árbitro, al conductor que te
incordia, al empleado que te llama por teléfono para avisarte de algo y
lo que más pena me da, que le grites a mamá.
–Mira, papá y mamá alguna vez nos peleamos como es normal pero luego nos pedimos perdón y seguimos queriéndonos.
–Me gustaría que no lo hicieras cuando yo estoy delante. Luego me dices
que no te mienta y tu te saltas las normas de circulación, vas a
velocidades no permitidas, dices que no estás en casa cuando llaman al
teléfono, criticas en su ausencia a las personas que conocemos, prometes
cosas que luego no cumples. Y así tantas cosas, papá. Necesito un
modelo a quién imitar pero no lo encuentro en las personas que más
quiero. Estoy inseguro. Tengo miedo.
Jaime rompe a llorar. Hacía tiempo que su padre no le veía tan afectado
y, aunque ya habían llegado a casa, decide dar la vuelta y volver al
club para hablar con los responsables y explicarles la situación.