Un programa de
educación del movimiento para niños es bueno para mejorar el dominio afectivo.
El desarrollo afectivo de los niños involucra el aumento de habilidades de
actuar, interactuar y reaccionar eficazmente con otra persona como con sí
mismas. Se refiere al desarrollo socio-emocional y es altamente fructífero y
crucialmente importante para niños de preescolar y primaria.
Para
el niño, el juego ocupa una larga porción de su vida y es el centro de su
importancia. Quiere aprender acerca de sí mismo, su cuerpo y su potencial de
movimiento. El desarrollo de muchos conceptos básicos afectivos tiene origen
sin cuidado, exaltados en el mundo del juego. Podríamos citar el abandono
paulatino del egocentrismo, adquisición de normas de comportamiento en grupo,
satisfacción al vivenciar la evolución personal, refuerzo de auto- imagen, aumento
habilidades de actuar e interactuar, autoconocimiento, deseos de superación,
adquisición de valores (honradez, generosidad, etc.), etc. Tran-Thong (1981)
ilustra lo anterior al anotar que la motricidad participa durante los primeros
años en la elaboración de todas las funciones psicológicas, para posteriormente
acompañar y sostener los procesos mentales.
Añade Gallahue (1976) que el concepto de sí mismo es un
aspecto importante de la conducta afectiva que es influido a través del juego y
movimiento vigoroso, porque el establecimiento de este concepto es crucial para
funcionar satisfactoriamente en la vida. El concepto de sí mismo es lo que
sentimos acerca de nosotros mismos y creemos que sienten los otros de nosotros;
es la conciencia de las características personales, atribuciones, limitaciones,
valoración de sí mismo y su conducta.
Experimentando y
explorando descubrirá quiénes somos, qué podernos hacer y qué no podemos hacer. Desde
los primeros meses, comienza el desarrollo del concepto de sí mismo al sentirse
el bebé querido y valorado por sus padres, quienes lo satisfacen en sus
necesidades. La confianza es básica en la relación niño-madre. Erickson es el
primero en reconocer el establecimiento del sentido de confianza durante los
primeros meses de vida. El importante inicio del concepto de sí mismo y su
propia estima es terminada y formada en
los años preescolares. Las habilidades motoras y destrezas de movimiento son un
camino para mejorar su propia imagen, pues, por medio de ellas el niño aprende
acerca de sí mismo y su cuerpo. Padres y docentes deben estar atentos en el
desarrollo de la capacidad del preescolar y de utilizar su propia lógica debido
a su natural egocentrismo. Las posibilidades de riesgo y fracaso deben ser
gradualmente introducidas en los niños para educarlos apropiadamente. Deben
infundir un concepto noble de cada persona con la variedad de limitaciones y
capacidades.
Las experiencias de movimiento permiten explorar y resolver los problemas del niño, conocer sus limitaciones y habilidades. Esto redundará en un buen concepto de sí mismo y su propia estima. El éxito del niño lo siente como: yo puedo-yo lo hice-yo me veo. El adulto lo debe acompañar a reforzar al adquirir una nueva destreza o ejecutar un buen movimiento. El fracaso lo siente como: No puedo-No sé cómo hacerlo-Siempre me equivoco: y por ello siente frustración. Se debe ayudar al niño a desarrollar el balance entre éxito y fracaso. La maestra debe contribuir para que el niño conozca su cuerpo y movimientos y desarrolle patrones más maduros; tomando en cuenta que durante la infancia se da una relación significativa entre la percepción que la maestra tiene del niño y lo que el niño tiene de sí mismo.
Según Gallahue (1976), los niños se mueven gradualmente a través de varias fases en el establecimiento de relaciones de éxito con los miembros de su grupo de iguales:
- Juego paralelo (3-4 años), los niños exhiben felicidad al jugar con otro niño, durante períodos cortos.
- Juego en grupo en el que el niño juega por períodos más largos y aumentando también el tamaño de los grupos de juego.
El movimiento sirve
como un vehículo primario para el progreso del pequeño a través de cada una de
las etapas de juego.
Para que el movimiento sea un
agente positivo, el desarrollo afectivo debe brindar experiencias que minimicen
el potencial de fracaso y deben organizarse de lo simple a lo complejo. También
es importante establecer objetivos y metas asequibles que refuercen la capacidad
del niño.
El movimiento incorpora
todos los aspectos del desarrollo motor, cognoscitivo y afectivo, contribuyen
así al crecimiento y al desarrollo integral del niño.
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