LA
NECESIDAD DE SEGURIDAD
El niño necesita también en los entrenamientos
un ambiente íntimo y familiar que le dé seguridad y confianza. Es recomendable
no cambiar frecuentemente el lugar del entrenamiento ni el formador que imparte
las clases. Volviendo a juegos que ya conocen (pero presentando una variante),
les gustan porque los contenidos ya experimentados les facilitan la ganancia de
nuevas experiencias.
El
niño de la escuela formativa exige relaciones tan estables como en su familia.
Además, los entrenamientos deberían desarrollarse
siempre en instalaciones deportivas seguras (con campos de juego sin piedras y
desniveles sorprendentes), aplicando reglas de juego que eviten situaciones
peligrosas y violentas.
Nada puede ser comprendido completamente sin
haberlo practicado. En vez de decir a los niños lo que deben hacer, sería mejor
permitirles resolver propiamente los problemas de una tarea. Los niños
necesitan descubrir el mundo, también el mundo del deporte y del fútbol. Consecuentemente,
el niño prefiere ser más estimulado que instruido, lo que el formador consigue
por medio de una gran variedad de juegos simplificados y actividades
multilaterales a la medida de sus capacidades intelectuales y físicas. La
posibilidad de poder ganar en cada entrenamiento y partido nueva experiencia
desarrolla la inteligencia del niño.
El reconocimiento en público de sus méritos es
un gran aliciente para cada niño. Con elogios suele esforzarse aún más.
El formador o los padres son para el niño de
hasta 12 años como un espejo en el cual ve su capacidad o incapacidad.
Consecuentemente, el formador y también los
padres, deben intentar ser siempre positivos y deben aprender a hacer elogios,
evitando al mismo momento las críticas.
El niño prefiere hacer casi todo por sí mismo,
sin depender demasiado del adulto. Quiere llegar a ser independiente lo antes
posible. La metodología de la enseñanza debe respetar esta necesidad de los
niños, asegurando que busque con frecuencia por su cuenta soluciones a los
problemas que el formador presenta, pero no resuelve. Él sólo debería
intervenir en el "auto-aprendizaje" del niño en caso de necesidad. La
necesidad de tener responsabilidades abarca también proponer modificaciones de
las reglas de un juego determinado o preparar sus propios campos de práctica,
además de disfrutar del permiso del formador para realizar en cada entrenamiento
unos 10 hasta 15 minutos de práctica libre en la cual los niños mismos deciden
sobre qué hacer, cómo ejecutarlo, en qué parte del campo hacerlo y con quién
realizar la actividad elegida.
Jugar es para el niño como el sueño: necesario
para su salud corporal y para su mente. El niño aprende jugando. Así satisface
su deseo de moverse y descubrir el mundo. Consecuentemente, el juego es siempre
el punto central de cada sesión de entrenamiento. El arte de la enseñanza es
adaptar el juego al niño y no al revés. Jugando con los demás, facilita la
capacidad de comunicación y estimula el proceso de toma de decisiones. Pero
jugar sin pensar es como tirar a portería sin apuntar.
Cualquier niño busca instintivamente a otros.
Cuanto más mayor sea, más compañeros de su edad necesita. Le encanta asociarse
e identificarse con un grupo o un equipo para lograr sus objetivos comunes.
El niño es activo por naturaleza. Suele
descubrir su entorno y experimenta con todo lo que le rodea. No tiene paciencia
para esperar en filas mucho tiempo hasta que le toca el turno. Estar parado no
es cosa de los niños. Por eso tan poco le complace estar en el banquillo o
recibir órdenes del profesor sobre qué hacer en qué momento. Juegos
simplificados con pocos participantes aseguran una mayor actividad, intensidad
y participación completa, física y mental, que la práctica de las competiciones
oficiales tradicionales.
Al niño no le interesa el pasado ni el futuro.
Su sentido del tiempo es completamente distinto al de un adulto. Vive siempre
muy intensamente el momento actual y el hoy sin pensar en mañana o ayer, que
para él están muy lejos.
HORST WEIN
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